La primera vez que entré al curso el profesor ya estaba en el frente, dando clases, ¡y como para que no fuese así!, si eran como las 20:03 y la clase comenzaba a las 19:40. Ese día tuve que ir en colectivo, pero no sabía que había cambiado su recorrido y que no me dejaba más frente al campus de mi universidad, así que tuve que bajarme unas 5 cuadras antes, y apretar el paso, conocedora de mi impuntualidad. Después de atravesar una zona oscura y descampada y secar un charco lleno de barro con mis zapatillas al meter accidentalmente mi pie en él, llegué a la facultad (dejando huellas como Hansel y Grettel, pero no de pan o piedritas, sino de barro y agua que le robé al charco). Cuando atravesé el cerco que separa a la Universidad de la calle, mis antenas se pararon cual orejas de perro, o cual cola de perro… es lo mismo (bueno, no tan lo mismo, pero no viene al caso, la idea es que se pararon). Subí los dos pisos corriendo por las escaleras, mientras un lejano beep beep comenzaba a hacer eco en mi cabeza. Fue ahí cuando entré al curso, 23 minutos tarde. No miré a nadie, solo al profesor:
-Buenas noches, permiso - le digo mientras busco un lugar donde sentarme, que de hecho sobraban porque en el curso debía haber menos de 20 personas.
El profesor continúa con su clase mientras yo saco mi cuaderno y lapicera para tomar notas. Empiezo a observar a mi alrededor, el beep beep retumba con mayor intensidad en mi cabeza. Intento escuchar lo que el profesor dice, pero el sonido en mis oídos me lo impide. Beep beep, retumba.
Observo a mi alrededor en busca del alguna cara conocida. Miro a mi derecha, nadie, miro a mi izquierda: nadie. Beep beep, retumba. ¿Somos solo 3 mujeres?. Beeb beep, retumba. No, somos 4, a aquella chica de la primera fila no la había visto. Beep beep, retumba. Mmmmm, linda mujer. Beep beep beep, retumba. Remerita suelta, pelo lacio atado, beep beep beep beep, retumba; Uñas cortas, regordeta, un leve toque chonguito, lo que el médico me recomendaría si no fuera porque ya tengo mi remedio. Beep Beep Beep Beep Beep Beep Beep Beep…
Tuve que salir del curso, mi gaydar chillaba tan fuerte que tuve miedo de que todo el curso lo escuchara. Al día siguiente me senté detrás de ella (¡y puedo asegurar que fue casi una casualidad!) y por sus actitudes me cayó bien, por más que no hayamos intercambiado más que un par de palabras (literalmente). Tengo la certeza de que es del interior, tiene ese “algo” que diferencia a una persona que creció en un pueblo chico, de alguien que vivió toda su vida en una ciudad, y eso me encanta, posiblemente porque en cierta forma me recuerda a mí cuando llegué a Córdoba. Ahora creo que la ciudad me cambió, aprendí a ser desconfiada, aprendí que mucha gente desconfía cuando demostrás confianza o tenés algún gesto de gentileza que no esperaban porque no es común en la gente de ciudad, a la que en su gran mayoría no le importa nada de nadie, distinto a los pueblos chicos en los que confiás más porque conocés a cada habitante, y sabés quien es quien (o crees saberlo, si a veces ni terminamos de conocernos a nosotros mismos, ¿como podemos suponer que conocemos a alguien más?). En fin, espero quedar en el mismo grupo que ella, me parece una persona interesante para conocer, y en esto que digo el radar que se activó no tiene nada que ver.