viernes, septiembre 07, 2007

Pagando Apuestas

Hace algún tiempo jugué dos apuestas y perdí ambas. La primera que jugué era en ese momento la única apuesta conocida por mi que castigaba a quien la ganó, ya que el premio consistía en dedicarle un post a la persona con la que aposté. En un primer momento pensé en pagar la primera contando la forma en que nos contactamos, hoy creo que eso no es lo más relevante que nos pasó, así que para pagarla mejor cuento como perdí y saldé la segunda apuesta que también jugué con ella pocos días antes de que llegase a mi ciudad:
No se en que exacto momento sucedió, sí recuerdo que un día intentando utilizar mi cerebro para pensar me percaté de que me costaba más de lo normal, que estaba como ausente, que no estaba conmigo y después de investigar un poco la causa di con Ella: la secuestradora.
Comenzamos a negociar el rescate y tras llegar a un principio de acuerdo se decidió la devolución de mi mente, la cual se haría en Córdoba ya que sin cerebro para pensar no podía ir yo hasta donde este se encontraba. Para efectivizar dicho intercambio la señorita en cuestión recorrió la distancia que nos separa, que no es poca, llegando con su valijita llena de ropa, su guitarra al hombro y mi mente dentro de un dedal. Las negociaciones se complicaron a tal extremo que tuvieron que extenderse a lo largo de una semana y un día.
En esos días mi mente no fue la única desaparecida: también se extravió su auto en manos de una vil grúa que lo raptó en la calle, pero recuperar el coche fue más fácil que recuperar mi masa encefálica.
La cuestión es que Ella, sabiéndose poseedora de mi fuente de raciocinio, se aprovechó de la situación totalmente decidida a ganar también la segunda apuesta. Y en medio de un éxodo de aves, personas y otros seres vivientes (las piedras no huyeron porque no tienen patitas) perdí la segunda apuesta y canté (como 8 veces, lo que es grave teniendo en cuenta la terrible voz que tengo, lo que explica el éxodo). El premio de la segunda apuesta era a elección de la ganadora, y la ganadora, que se ve que es masoquista, eligió nuevamente como premio un castigo: al día siguiente partí con ella rumbo a Buenos Aires en su autito recién rescatado del playón municipal. Seis días me tuvo que soportar hasta que mis obligaciones me trajeron nuevamente a mi ciudad, y lo peor de todo es que cuando llegué a Córdoba me di cuenta de que mi cerebro había quedado en Buenos Aires, dentro del dedal, y que en su lugar había guardado en mi bolso un anillo de Ella... Pero no le voy a decir que tengo su anillo en mi poder, no quiero que el intercambio sea tan fácil cuando venga porque si se complica la negociación seguramente se va a quedar un poco más de tiempo acá... En todo caso cuando esté por irse le pido rescate por el anillo y asi la obligo a quedarse unos días más.