Perdí el invicto

Habían pasado algunos minutos de las 23 y volvía de visitar a un amigo que vive cerca de mi dpto. Justo cuando empezaba a pensar que debería haber vuelto por la calle paralela, por la cual habitualmente pasa más gente y a veces hasta se ven policías, veo acercarse caminando en sentido contrario a dos chicos y una chica que venían con las manos en los bolsillos, mirándome. Cuando iban pasando por mi lado los tipos me empujan hacia la entrada de un edificio y me piden que les de toda la plata, mientras uno de ellos mete la mano debajo de su campera, como buscando un arma guardada en el cinto de su pantalón. Busqué en mis bolsillos y les entregué todo lo que tenía en ese momento: $5 (poco más de un euro, poco menos de dos dólares) y una etiqueta de puchos que tenía menos de la mitad. Uno de los tipos agarra ambas cosas y el otro me amenaza para que les de más, les digo que eso es todo lo que tengo y afortunadamente la mina que estaba haciendo de campana les avisa que venía alguien. Salen los tres corriendo y empiezo a caminar nuevamente hacia mi casa, pensando que mi celular se salvó. No había alcanzado a terminar de esbozar ese pensamiento cuando me di cuenta de que el celular era lo de menos y me siento una idiota materialista: hace algunos días a un chico del edificio le robaron a pocas calles de ese lugar cuando se iba a trabajar a la madrugada, lo agarraron entre cuatro y le pegaron brutalmente por más que él no opuso resistencia, sólo para sacarle algunos pocos billetes y el teléfono. Realmente la saqué barata, y no me refiero a lo que se llevaron y lo que dejaron, sino a lo que me podría haber pasado.