Las consecuencias de hablar de las mascotas
Lunes a la tarde. Segunda clase de la materia, entro al aula y me siento. A los pocos minutos llega la profesora y comienza a hablar. El primer día mi gaydar prácticamente no me dejó oír lo que ella decía, hoy esperaba poder escuchar un poco más, hasta que pasados unos 20 minutos del comienzo de la clase:
Compañero: (dirigiéndose hacia mí) ¡Ah!, ¡ya se de donde la conozco a esta mina!
Yo: ¿A quien?
Compañero: a la profe
Yo: ¿de donde la conoces? - digo mientras reprimo un “¿me la presentás?”
Compañero: Vivía con una mina que trabajaba conmigo
Yo: mira vos, ¡que pequeño es el mundo!
Sigo intentando prestar atención a la clase, a los pocos minutos la profesora dice algo de los perros y…
Compañero: tenían como cinco perros
Yo: (…)
Compañero: eran grandes – dice mientras con una mano marca la altura de los perros – vos vieras que lindos animales
Yo: (…)
Compañero: eran de la amiga… bah, compañera… ellas… viste... –dice mientras el tono de su voz y su mirada indican claramente que en este caso amiga y compañera son sinónimos de torta
Yo: (…)(wiiiiiiiiiiiii mental)(…)(wiiiiiiiiiiiii mental)
Después de esto, y de no poder concentrarme en toda la clase, llegué a dos conclusiones:
1) Mi gaydar no funciona tan mal como pensaba
2) Me voy a tener que cambiar de curso: esa musculosa negr… digo… profesora, me distrae demasiado y si sigo así voy a terminar recursando.